domingo, 16 de diciembre de 2018

Méjico, La Baja California.



Desde San Diego nos desviamos unos 40 km. hacia el interior para cruzar por el puerto fronterizo de Tecate, eludiendo así el multitudinario de Tijuana, donde más de 300.000 personas cruzan a diario.




Los trámites aduaneros son los siguientes: visado del pasaporte que nos costó 24 euros a cada uno y la importación temporal del vehículo 50 euros más. Es necesario tener la documentación del camión con la ITV sin caducar. Se puede pagar en dólares, pesos o tarjeta de crédito, nunca con euros.




De Tecate nos dirigimos hacia el suroeste buscando de nuevo la suavidad del clima de la costa del Pacifico.







En la Bahía de Todos los Santos se encuentra la populosa ciudad de Ensenada con casi medio millón de habitantes.







Llegamos en domingo y había un ambiente festivo que no habíamos encontrado en toda U.S.A.







Un paseo por el puerto y sus alrededores nos llevo a la Plaza Cívica donde están las grandes cabezas esculpidas de los héroes nacionales, Juárez, Hidalgo y Carranza.




El Rivera del Pacifico fue un hotel de la década de 1930 ahora utilizado como museo.




En un extremo esta el Centro  Cívico con una lectura que recuerda que aquí se invento la famosa Margarita.










A la salida de Ensenada, en una fábrica de hielo, llenamos el tanque de agua.




En la oficina de turismo nos recomiendan que vayamos al cabo que cierra esta ensenada por el sur donde está la famosa Bufadora.







La Bufadora es una hendidura en la roca que produce violentos chorros de agua que suben estrepitosamente a gran altura, sobre todo con tiempo ventoso, que no fue nuestro caso.




Lo que no esperábamos encontrar fue una multitudinaria concentración popular que abarrotaban chiringuitos de comida y tiendas de recuerdos.




Continuamos por la Mex 1, la carretera que bordea la costa del Pacifico, conocida como la ruta del vino.










En Ejido Eréndira hicimos la primera incursión hacia la playa.







Acampamos junto a una pequeña cala cerca del pueblo.










Nuestra siguiente parada nos lleva a Punta Colonet por una pista de tierra poco mantenida.




Acampamos en la cadena de dunas que nos separa del mar.







Después de la bulliciosa y urbanizada costa californiana, estábamos deseando encontrar playas de arena fina que se pierdan en el horizonte.







Aquí descubrimos unas enormes almejas. Con dos de ellas tuvimos el aperitivo.




Otras zonas de la playa estaban cubiertas de pequeñas coquillas.




La playa se extiende tantos kilómetros que decidimos sacar las bicicletas para recorrerla con la marea baja.













Cualquiera de estos lugares daría para estar semanas, pero tenemos que continuar hacia el sur, quedan muchos lugares que explorar. En el pueblo de San Quintín hacemos una parada de avituallamiento.




Nos desviamos hacia la costa por una pista en muy mal estado hacia el pequeño poblado de La Chorera.










Desde el parte una cadena de dunas, junto a viejos volcanes, que forman una reserva marina.







Dentro de la reserva continúa viviendo una familia que se dedica a la captura de otras y mejillones. Estos últimos los limpian y los envían a las piscifactorías de Sinaloa como comida para los camarones.







Nunca antes habíamos visto mejillones tan grandes.




En la playa encontramos restos de la abundante vida de este mar, como estos dólares de arena, como los llaman los americanos.




Estas águilas también se aprovechan de los restos de una ballena que la mar arrojó a la playa.




El pueblo es tan feo, destartalado y sucio, que lo único que se salva para una fotografía es el colegio.




Al otro lado de la bahía, junto al Hotel Santa Maria, paramos otra noche en su inmensa y llana playa de arena fina.







Unos 40 km. más al sur nos desviamos hacia La Lobera. Otra pista  en pésimo estado con algunos tramos de autentico trial, y aunque solo son cuatro kilómetros se hacen muy pesados.







La lobera es una cueva con una salida al mar donde hay una colonia de leones marinos, que los mejicanos denominan lobos marinos.










Lo más interesante de la zona es recorrer sus acantilados.







El mar, con sus continuas embestidas, ha horadado la piedra blanda de arenisca, formando túneles, puentes y hendiduras, creando un paisaje costero diferente.













Las aves marinas, como pelicanos y cormoranes, se sienten seguros en los islotes de la costa.










Junto a la lobera hay construida una piscifactoría. Las condiciones del agua a 16º eran optimas para la cría de alevines, pero un año la temperatura subió hasta los 30º y murieron casi todas las crías. Desde entonces no se arriesgan a que vuelva a suceder y ha quedado en desuso.







El tiempo que permanecimos allí, el perro del vigilante Canelo, nos hacía de guía.




Allí dejamos jugando con las olas a los leones marinos.




Mapas del recorrido.







Filopensamientos y otras cosas…………

La primera impresión que nos causa la Baja California es de una tierra árida, áspera y dura, erizada de cactus y con poca agua.

Viniendo de los países del norte, tan limpios y asépticos, la basura a lo largo de la carretera y en los pueblos llama poderosamente la atención.

Pero una vez superado esto, cuando comienzas a descubrir sus grandes ensenadas, playas de arena blanca que se alargan hasta el horizonte, cadenas de dunas, acantilados rocosos o el inhóspito desierto central, empiezas a ver esta tierra con otros ojos.

Aquí puedes acampar libremente junto a un poblado de pescadores, en lo alto de un acantilado oyendo el bramido de los leones marinos, o en una playa solitaria donde en decenas de kilómetros no habita nadie y no hay un ruido de motor o maquina.

Aquí todavía puedes coger tu mismo mejillones, bígaros, almejas….o comprar a los pescadores el pescado del día, sin tener que pasar por el supermercado a comprar algo congelado y envasado que ni siquiera sabes que es.